24/05/2019
Su actuación fue apabullante y dejó a los asistentes con las manos llenas
¿Qué será de ti? A oscuras. Piano solo. Gritos. Silencio. Y aparece «El Rey», todo de azul, sentado a la guitarra, con un fondo de estrellas. Ecos de Nilsson, también de Bacharach. Vas a acordarte de mí. Roberto Carlos te habla a ti, directamente, como si estuviera conversando contigo en una estancia con las ventanas abiertas. Cambia al portugués, besa la guitarra. Se desnuda. Es el drama, ¿por qué me aplasto a tus pies? En la cama doy vueltas. Es la zona más triste de mis lamentos. Y acabo siempre en tus brazos, cuando me quieres tener. Aplausos, entre metales.
Siguen los recuerdos de Roberto, muy íntimos, de una madre, Laura, canción que ya no puede ni quiere cantar con alegría. Una mujer que estaba ahí en las horas difíciles, que te daba su corazón. Suena un saxo, como «Night in Tunisia». Fundido en negro. Ahora toca la bossa-nova, dedicada a una mujer pequeña, chiquita. Se levanta Paulinho para hacer su solo de guitarra acústica. El fantasma de Celentano llega con ese Baby Cadillac, homenaje a su coche, que «¡era todo un cacharrito!».
Roberto Carlos y Alejandro Sanz aparecen en pantalla gigante, para cantarle a una mirada triste. Roberto agradece su encuentro en Los Ángeles con Alejandro, para su nuevo disco. Y de nuevo San Remo. Nadie los daba como favoritísimos. Y ganamos. Y al año siguiente, con Linda, volvimos a ganar. Recuerdo para los McCluskey, él mismo aplaude. ¡Sí!, es el gato que está, triste y azul. Humor: aún no sabe qué hacía en el cielo el gato. Violines, belleza, un director de orquesta y unos músicos sobrenaturales.
Y Roberto Carlos, poseído, canta en francés, italiano, alemán, portugués y español, las grandes lenguas. Entonces, Roberto explica: Gardel. Y el mundo se para y los pulsos se paran. Dice: «Todo lo que ha hecho es perfecto, en una época sin recursos técnicos». Será el día que me quieras, canta Roberto, cuando un rayo misterioso hará nido en tu pelo.
Finaliza sus dos horas largas que han pasado como un suspiro, con un sonido alto de volumen e impecable, grandioso, homenajeando a sus compañeros de viaje, músicos octogenarios, ¡de los tres mejores del mundo!, y otros más jóvenes, en una orquesta orgánica que ya por sí sola merece mucho la pena ver y escuchar, como una Aretha Franklin en el 68, rindiendo sus ofrendas, que son rosas rojas y blancas, engalanado de azul, a una multitud que en este tramo final ha abandonado sus asientos y se agolpa para recibir el pan, el vino y el perdón de los pecados.
Roberto Carlos no pisaba Madrid desde hace 35 años, y desde luego el lleno ha sido más que merecido. Dice que quiere volver, tal vez el mes que viene. No se explica las razones para dejarnos con la espera tanto tiempo. Está claro que después de la gloriosa acogida que ha recibido del público y después de un concierto tan inmaculado y trepidante, la cita próxima sea mucho más próxima.
Sobre todo con un disco debajo del brazo que atiende a los medios tiempos y supura verdad por todos sus poros. Como todo lo que ha hecho este gran titán de la música popular. ¡Viva «El Rey»!