La estrella brasileña enamora a Madrid con sus repertorio romántico y cariñoso
Si la salud nos respeta, es probable que contemos a nuestros hijos o nietos los históricos conciertos que están pasando por el Palacio de los Deportes de Madrid. Este recinto, que el siglo pasado tuvo tan mal sonido que lo llamaban ‘el palacio de los rebotes’, es hoy un templo de la música popular donde se puede acudir con la tranquilidad de que la acústica no va estropear el disfrute. En los últimos años hemos visto recitales realmente grandiosos: Luis Miguel repasando todas su etapas, Isabel Pantoja recién salida de la cárcel y arropada por orquesta sinfónica, Laura Pausini confirmando que pertenece a la élite de la música italiana, Carlos Vives derrochando alegría popular y anoche el brasileño Roberto Carlos repasando sus mejores piezas.
La izquierda posmoderna se empeña en menospreciar el amor romántico, pero el público sigue disfrutando de este tipo de repertorio, que sobrevive a modas, al ostracismo mediático y al desdén de la gente ‘cool’, incapaz todavía de apreciar el poder de las canciones de amor sencillas (que, paradójicamente, son las menos sencillas de componer). Hablemos claro: Roberto Carlos Braga Moreira (Brasil, 1941) no tiene absolutamente nada que envidiar a iconos ‘hípster’ como Bob Dylan, Leonard Cohen y Franco Battiato. Si acaso, ellos a él, ya que come en la misma mesa que Stevie Wonder, Cole Porter o Willie Nelson
Una de las grandes bazas del concierto es su banda, conocida como RC-9, aunque siempre superan ese número. “Esta noche son dieciséis o diecisiete”, nos informa divertido. El arranque del espectáculo resulta arrollador, con los músicos y coristas interpretando “Un millón de amigos” de manera emocionante. Aunque suene a broma, podrían dar un notable concierto de Roberto Carlos sin necesidad de que subiera al escenario Roberto Carlos. Por supuesto, cuando la estrella aparece para cantar demuestra que el único modo de subir la intensidad respecto a RC-9 es apostar por la vulnerabilidad, en vez de por las interpretaciones rotundas.
Es justamente ese enfoque, buscar la fuerza de la fragilidad, el que permite que un hombre de 78 años dé un concierto tan poderoso como cualquier baladista de 28. Solo le hace falta media hora para llegar a la cima de la noche con piezas como “Emoçoes”, “Cama e mesa” y “Detalhes”, esta última realmente contagiosa. También desarma con los recuerdos infantiles que recoge en “Lady Laura”, dedicada a su madre, ya fallecida. Pronto quedó claro que estábamos metidos en un concierto de los que se recuerdan.
“El superventas brasileño quiso explicar, con respeto reverencial, su admiración por Carlos Gardel, a quien considera un genio que supo imponerse a las limitaciones técnicas de su época”
Recuerdo a Gardel
¿El mejor momento del recital? Aunque suene extraño , el máximo voltaje no llega con una canción propia, sino con la única versión de la noche. El superventas brasileño quiso explicar, con respeto reverencial, su admiración por Carlos Gardel, a quien considera un genio que supo imponerse a las limitaciones técnicas de su época. En teoría, ambos están en las antípodas, ya que Gardel tiraba por el dramatismo mientras Roberto Carlos prefiere el cariño, la nostalgia y la cordialidad, emociones muy poco solemnes. Si hay un punto de unión entre ambos, ese es “El día que me quieras”, de la que el brasileño hizo una interpretación tan sutil como apoteósica (mejor incluso que la que tiene grabada). El Palacio de los Deportes se levantó a aplaudir conmovido.
¿El momento más prescindible? Sin duda, “Esa mujer”, un reciente dueto con Alejandro Sanz incluido en su último álbum, ‘Amor sin límite’ (2018), donde cometió el error de presentarla en formato dueto, con una grabación de Sanz cantando desde la pantalla. La partitura es notable, el contraste de las dos voces también, pero nunca ha funcionado mezclar una voz de estudio y otra en directo. Muchos recordarán con rubor que, durante una gira por España, Nancy Sinatra interpretó “Something stupid” con la voz de su padre enlatada, con resultados muy mustios. Mejor dejar de hacer estas cosas.
Sencillez arrolladora
Sobre el resto, qué decir, simplemente que es un lujo escuchar en vivo canciones tan humildes y perfectas como “Propuesta”, “Cóncavo y convexo” y “Amada amante”, que suena arrolladora en la recta final.
La primera despedida, anterior a los bises, se hace con la canción “Jesús Cristo” y el cantante repartiendo flores entre las primeras filas, recordándonos que algo de celebración religiosa tienen siempre estos encuentros con repertorios que llevamos escuchando toda la vida. Otra de las cimas, por supuesto, fue “El gato que está triste y azul”, la canción con la que no ganó San Remo 1972, pero sí el corazón de millones de oyentes de habla hispana (Roberto Carlos triunfó en la edición de 1968 con la pieza “Canzone per te”). Otros himnos menos conocidos, caso de “Todo hombre que sabe querer”, suenan casi tan emocionantes como las que nos sabemos de memoria. Roberto Carlos dijo al principio de la noche que llevaba muchos años sin actuar en nuestro país. “Treinta y cincoooooo”, gritó una entregada señora dos filas detrás de mí. Sin duda son demasiados para sus fans, pero es que más le quieren en Brasil y no necesita moverse. Noches como la de ayer demuestran que se merece todo el cariño que recibe.